El vínculo es el lazo que se estable entre un recién nacido y su madre. Cumple la función biológica de promover la protección, la supervivencia y en última instancia la replicación.
Este vínculo se forma a través del sistema de apego, que funciona con el fin de mantener la proximidad física entre el bebé y su madre, con la instintiva esperanza de evitar los elementos externos que producen estrés al bebé.
Cuando el bebé se siente tranquilo, protegido y no hay nada que le comporte disconfort el sistema de apego funciona continuamente. Se encarga de monitorizar la presencia y disponibilidad tanto física como psicológica de la madre (o figura de apego). La separación de la madre y el bebé desencadena en una respuesta instantánea en el bebé que reclama la presencia de su madre. Siempre pensamos que este reclamo se produce mediante el llanto, pero tanto poder de atracción tiene para una madre oír llorar a su bebé como verle sonreír.
De manera natural y prácticamente instintiva la madre desea interactuar en todo momento con su bebé, desde el momento del parto con el contacto piel con piel y en postparto cara a cara.
Es frecuente ver a las madres que se encuentran en el puerperio pasar horas contemplando a su bebé mientras duerme plácidamente en su regazo o intercambian miradas y sonrisas.
La naturaleza es sabia y nuestro organismo está programado para cubrir nuestras necesidades básicas. Por eso las hormonas que se segregan durante el embarazo van preparando a la madre para que ese vínculo se establezca los más rápido posible. Ya que para sobrevivir y desarrollarse adecuadamente el bebé necesita del amor de su madre.
Neurobiología del apego
Existe una correlación directa de la teoría del apego no solamente con el desarrollo neuronal del bebé sino también con cambios en los sistemas neuroendrocrinos de la madre. Esta correlación permite finalmente la iniciación del vínculo entre ambos y la formación del proceso de apego.
Las alteraciones de este proceso, desde la relación y el contacto con el medio externo, generan alteraciones neuroanatómicas que predisponen a las diferentes patologías mentales en el bebé.
La oxitocina y la vasopresina juegan un papel crucial en el inicio del vínculo. El cortisol y otras catecolimas actúan como neuromoduladores y memorizadores de las diferentes conductas de la madre, el bebé y el medio externo.
Durante el parto y el puerperio los niveles hormonales de la madre de oxitocina son muy altos, también los de estrógenos, endorfinas, progesterona, factor liberador de corticotropina y cortisol. Y en el bebé los niveles de catecolaminas son también muy elevados. Estos niveles hormonales son los encargados de crear la impronta madre-hijo que se traducirá posteriormente en la creación del vínculo.
Esta impronta se produce en las dos primeras horas de vida y continúa durante todo el periodo sensitivo que marca el desarrollo del bebé en los primeros meses de vida.
El escenario endocrino descrito anteriormente es el que caracteriza al cerebro humano por tener la habilidad de aprender a formar recuerdos.
El bebé tiene preferencia por todo lo relacionado con la madre
El vínculo está marcado por las preferencias que presenta el bebé a nivel visual, olfativo y auditivo.
El bebé tiene preferencia por mirar el pecho de su madre, que le ofrece el primer contraste entre la areola y el seno. El rostro de su madre (aunque difuminado) capta su atención ante otros rostros y si es sonriente tiene la capacidad de devolverle esta sonrisa.
A nivel olfativo el primer olor que reconoce un bebé es el del líquido amniótico, lo prefiere a otros olores y especialmente el de su madre.
En cuanto a sus preferencias auditivas prefieren la voz humana a la música, la voz de su madre a cualquier otra. Si la voz de la madre está distorsionada les recuerda a cuando estaban en el útero y aun tienen mayor predilección.
Todo lo que pasa en el primer año de vida queda grabado en el subconsciente, concretamente en la memoria implícita. El recuerdo que queda de la manera en que se creó el vínculo madre-hijo se puede observar en la manera en la que miramos a otra persona, nos comportamos, nos sentimos,…
El sistema de apego está influenciado por una transmisión generacional. Aunque a veces nos cueste creerlo o queramos todo lo contrario tal y cómo te cuidó tu madre, tú cuidarás a tu hijo.
Las capacidades perceptivas del bebé
Un recién nacido es perfectamente capaz de imitar. Durante los primeros meses de vida los bebés imitan la cara de su madre y a través de ello experimentan las emociones de ésta. El bebé al imitar siente lo que siente la madre. En la interacción repetida se va construyendo la expectativa de la próxima emoción. Ambas partes se autorregulan y se regulan mutuamente.
La respuesta inmediata adecuada ante una demanda del bebé es una sensación placentera que ayuda al bebé a regular las emociones. El apego es el resultado de la regulación madre-hijo de las emociones. El perfeccionamiento de esta autorregulación garantiza un desarrollo normal del bebé.
El bebé necesita ser mirado, interactuar; y si la madre no puede hacerlo es necesario el soporte del padre, los abuelos, la comunidad para tenerlo. Es en estos momentos de la vida es cuando se construye la autoestima. Sin la relación con la madre (o la figura de apego) el bebé no existiría, ya que necesita a una persona que le dé cobijo, alimente y proteja.
La relación que se establezca entre la madre y el bebé marcará como éste percibirá por primera vez cómo es el mundo. Según sea este primer contacto le enseñará que el mundo es un lugar cálido y seguro o un lugar hostil al que se debe responder con agresividad
Es importante que el bebé interiorice que es querido, que merece ser querido, para que tenga una autoestima positiva en el futuro.
Además si queremos que un bebé desarrolle su inteligencia es imprescindible interactuar con él. La inteligencia emocional es tan importante o más que la inteligencia cognitiva. El aprendizaje emocional es fundamental para el desarrollo intelectual o verbal (inteligencia cognitiva).
Sincronía entre madre y bebé
La interacción madre-hijo es el mecanismo básico por el que el bebé se desarrolla. Esta interacción se produce por dos procesos:
– Sincronización afectiva: la madre presenta una sensibilidad especial que actúa como organizador externo de la regulación bioconductual del bebé.
– Reparación: que la madre ofrezca consuelo tras una experiencia negativa es fundamental porque ayuda a desarrollar la resiliencia.
La regulación de estos dos procesos conlleva la amplificación de la emoción positiva, tan necesaria para que el bebé tenga sentimientos de seguridad y curiosidad.
Conseguir la regulación afectiva es un síntoma de desarrollo madurativo. Una vez que el bebé se siente seguro va a poder explorar el mundo, se va a poder separar de la madre.
Es el cerebro de la madre el que desarrolla al bebé. Contra más rápido se sincronizan madre y bebé ayuda al bebé a desarrollarse más rápido.
Existen dos modelos de madres: las sincronizadas y las intrusivas. Las madres sincronizadas atienden y se ajustan a las necesidades de su bebé. En cambio las madres intrusivas interactúan con el bebé cuando éste no está predispuesto no reconociendo los diferentes estados del bebé.
Lactancia materna y vínculo
En realidad lo que favorece el vínculo entre la madre y el bebé no es alimentarlo con leche materna o leche artificial sino el acto de amamantar.
Dar el pecho se convierte para la madre y el bebé en un ritual que les permite estar en estrecho contacto. Mientras el bebé está siendo alimentado la madre tiene la posibilidad de estimularlo mediante su aroma, su voz y sus caricias. El cerebro del bebé se desarrolla a través de interactuar constantemente con su madre. Además de dar una respuesta muy positiva a una demanda clara del bebé (hambre) que nutre esa necesidad del bebé de sentirse querido.
El bebé al mamar estimula el sistema hormonal de la madre. Al igual que en el bebé este torrente hormonal desencadena una sensación placentera que favorece que la madre de manera natural desee interactuar con él.
La base de la lactancia materna está en creer que madre y bebé se autorregularán, que serán capaces. Si hemos dicho que la autoestima se inicia a partir de la relación que se establece entre madre e hijo no hay mejor comienzo que la confianza en que la lactancia materna será posible.
El problema de la lactancia artificial es que en muchas ocasiones el acto de dar un biberón se hace de manera automática. No hay ningún sistema biológico que incite a la madre a presentar la misma atención al bebé que cuando está dando el pecho.
En ningún momento se puede hablar de que las madres que dan lactancia artificial no están vinculadas con su bebé. Pero sí es cierto que hay más factores distorsionadores de este vínculo y que el desarrollo neurofisiológico del bebé recibe menos estímulos que los alimentados al pecho.
Información Bitacoras.com
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