Seguramente todos hemos visto alguna vez a un bebé con un osito, mantita o muñeco medio roto, sucio y del cual no quiere separase nunca. Es lo que se llama objeto de transición o apego.
Al nacer tu bebé no sabe diferenciar dónde termina su persona y empieza el mundo que le rodea, especialmente tú, su mamá.
A medida que crece, tu bebé descubrirá poco a poco que es un ser independiente a ti. Esto puede generarle angustia y miedo.
El objeto o conducta transicional cubre ese intervalo en el desarrollo de tu bebé entre la vida en la realidad subjetiva tal como él la vive y la aceptación de la realidad exterior.
El uso de un objeto transicional representa para tu bebé una primera posesión del no Yo. Aunque no lo entiende totalmente externo a él, tampoco lo considera parte de sí mismo.
Aunque su variedad es infinita (peluches, muñecos, mantitas, chupetes, ropa, almohadas,…), dichos objetos comparten en general la característica de poder ser poseídos y manipulados por tu bebé (que así adquiere derechos sobre ellos), pero a la vez tienen características particulares como capacidad de conservar olores (especialmente el tuyo) y suelen tener una textura suave.
De esta manera el objeto transicional representa el espacio que tu bebé necesita para renunciar a la posesión omnipotente de su mamá, conservando algo de la seguridad que le proporcionas.
Habitualmente tu bebé se vuelve inseparable de este objeto. Lo busca cuando necesita consuelo a lo largo del día y acostumbra a ser el compañero irrenunciable a la hora de conciliar el sueño.
La elección del objeto de transición es totalmente arbitraria y no se puede imponer por el adulto. No sigue un patrón y el mismo bebé puede cambiar el objeto a lo largo del tiempo sin tener relación entre ellos.
Podrás observar que tu bebé siente un aprecio especial por algún objeto a partir de los 4-5 meses de vida y puede acompañarle hasta los 3-4 años, aunque dependerá mucho de cada bebé y en muchas ocasiones surge al mismo tiempo que se produce el destete.
No todos los bebés sienten o tienen la necesidad de depositar en un objeto la figura de su madre o la seguridad que le aportan sus padres. Algunos desarrollan lo que se llaman conductas de transición que les proporcionan el mismo consuelo que a otros el objeto.
Estas conductas pueden ser: chuparse el pulgar, acariciarse el pelo, pedir que le sujeten la mano, mecerse al dormir o tararear una melodía, por poner algunos ejemplos.
El objeto transicional representa el viaje del bebé desde la subjetividad pura a la objetividad y va desde la indiferenciación con la madre a la aceptación de ésta como objeto exterior, con el cual puede establecer una relación objetal.
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