Desde que empezamos nuestra relación como pareja algo que nos ha gustado mucho hacer es viajar y recorrer mundo juntos. Hemos hecho auténticas turistadas y hemos querido integrarnos en las ciudades que visitábamos como un ciudadano más. Nos hemos alojado en hoteles de 4 estrellas y en albergues de lo más variopinto. Hemos reído y pasado miedo pero siempre hemos aprendido cosas nuevas en cada viaje.
A medida que la relación de pareja avanza y madura se es más consciente que el día que llegue un bebé cambiará por completo la forma de viajar. Hasta entonces no importaba si te tirabas 27 horas en dos días dentro de un autocar para llegar a Cabo Norte o comías un panino en la escalinata de la Piazza Spagna de Roma a las 2 de la madrugada.
Desde hacía algún tiempo vivíamos cada viaje por nuestra cuenta como si fuera el último que haríamos de ese modo. Uno de los viajes más especiales que hicimos fue a Nápoles. Una compañera de trabajo había vivido algunos años en Positano y me había hablado maravillas de esa ciudad. Si has ido a Nápoles sabrás de lo que estoy hablando. Precisamente una de las excursiones que son imprescindibles es una visita a las ruinas de Pompeya.
Y así andábamos, después de un madrugón voluntario recorriendo las calles de Pompeya. Pisando el suelo donde hacía más de 2000 años se había construido una ciudad moderna que ya contaba de un sistema de alcantarillado, baños termales y hasta un lupanar. Una ciudad que el 24 de Agosto del año 79 a. C. quedó sepultada bajo la ceniza y el material piroclástico emanado por el volcán Vesubio.
La conversación de «quizá el próximo viaje ya no sea igual» volvía a aparecer. Y pensábamos en cómo nos gustaría viajar si algún día compartíamos esa experiencia con un pequeño. Ojalá nos pudiéramos permitir viajar con una au-pair con formación en pedagogía e idiomas que nos permitiera no tener que escolarizar al pequeño. Viajar y conocer el mundo es una forma de aprender para toda la vida. La educación reglada es importante pero saber desenvolverte allá donde vives también lo es. Además, si de tanto en tanto puedes dejar al niño con esa persona y sales a cenar o a disfrutar de algún espectáculo muchísimo mejor.
Sabíamos que seguramente cuando tuviéramos un bebé no nos podríamos permitir seguir viajando como hasta ahora, ni una au-pair, ni NO escolarizar al niño de la forma tradicional (estamos hablando del homeschooling, un concepto que trataremos más adelante en el blog) pero muchas veces nos encanta dejarnos llevar por nuestros sueños.
Viajar invita a soñar, a imaginar, a pensar que todo es posible. En ningún momento pensamos que después de mucho tiempo el positivo llegaría en poco más de un mes… Nápoles siempre ocupará un lugar especial en nuestro recuerdo.
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